15 Diciembre 2009
Incantations, la belleza del minimalismo
(Enviado por fairlight)
Cuando Tubular Bells deslumbró a la crítica primero y luego al público británico en 1973, el mundo vio el nacimiento de un joven genio. Mike Oldfield había revolucionado el mundo de la música creando una obra que, si bien recibía diversas influencias, era capaz de no encajar en ningún estilo determinado. Esa autenticidad fue el resultado de dos circunstancias básicas: por un lado, la gestación de la obra en la mente de un adolescente sin formación musical académica a lo largo de varios años y, por el otro, el fruto de una grabación ágil, fresca, a contrarreloj y sin ataduras, guiado por un sabio y arriesgado Tom Newman.
Pronto saboreó el joven Mike la amarga presión de la industria musical y sufrió la máxima que dice: "tienes toda la vida para grabar tu primer disco, y doce meses para el segundo". Así fue cómo Hergest Ridge llegó, sietemesino y con el rechazo de su padre, aunque no por ello inferior: Oldfield aplicó su propia fórmula y el éxito le acompañó, aunque fuera la sombra de Tubular Bells la que convirtiera el disco en un superventas a priori, y en el gran olvidado de su discografía con el paso del tiempo. De ahí que para su tercer disco Mike se tomara el tiempo que creyó necesario para crearlo. Con Ommadawn no dejó que la comercialidad y la mercadotecnia se impusieran frente la creatividad y la calidad artística. A la vez, sería el último disco en el que veríamos al compositor original de Tubular Bells, aquella persona frágil y volátil, que con la música exorcizaba sus demonios, capaz de crear pasajes sonoros bucólicos, como sugerirnos el suicidio interior.
Sin embargo, la música no era suficiente para calmar su espíritu atormentado y Mike Oldfield encontró una verdadera ayuda psicológica en la exégesis. De ese modo logró romper la cárcel emocional en la que se encontraba preso. Superó sus miedos, derrotó fantasmas y el primer resultado fue Incantations, con el que puso fin a una primera era de largas suites instrumentales. Considerado en perspectiva como un álbum de transición junto con Platinum hacia el Mike Oldfield eminentemente pop de los años 80, la historia no ha sido justa con Incantations.
Si las primeras obras de Mike Oldfield partían de una concepción clásica de la música, suites largas compuestas de varios pasajes con melodías recurrentes y esencia multiclimática, a la vez que bebían de la tradición folk de las islas británicas, Incantations suponía un nuevo enfoque de la fórmula Oldfield adaptado a los tiempos que corrían. Oldfield, que ya había dado muestras de ello de manera innata, dio rienda suelta a la composición minimalista. La concisión sonora propia la concepción popular de la música quedó a un lado, en pro del juego y de la reiteración de melodías desarrolladas con sutiles cambios. Mientras que desde el clasicismo se contempla dicho enfoque minimalista como carente de originalidad, desde el punto de vista artístico las estructuras y giros de Incantations resultan apasionantes. El torrente emocional de Mike Oldfield adquiere todavía más matices conforme aumenta la riqueza sonora.
El gran paso adelante de este álbum fue el uso y prisma minimalista de los sintetizadores analógicos. Entre 1977 y 1978 los teclados empiezan a dejar de ser grandes y caros órganos que los intérpretes de rock progresivo interpretaban de manera virtuosa. A medida que se desarrollaban nuevos sintetizadores y llegaban nuevas generaciones de artistas, el uso que se le dio a los teclados fue cambiando. Wendy Carlos, Kraftwerk y Tomita Isao habían dado un giro estilístico y alumbraban la música electrónica. Por su parte, un nuevo Mike Oldfield entró al estudio para experimentar por su cuenta, abriéndose a nuevas influencias y tendencias que empezaban a despuntar y resultaban irresistibles para mentes inquietas como la suya.
La magia de Incantations radica en la espontaneidad y frescura de las cuatro partes que lo componen. Podría pensarse que Oldfield cayó en la autocomplacencia (la misma en la que lleva sumida años en el momento actual) y la pretenciosidad al producir un disco doble. Es más, durante mucho tiempo se ha acusado a este disco de ser demasiado extenso y poco concreto, incluso poco trabajado. En comparación con sus trabajos anteriores y partiendo del ritmo rápido de toda la obra, es fácil caer en esa conclusión. Sin embargo, Incantations no se concibió a imagen y semejanza de sus anteriores trabajos por lo que, aunque la herencia de sus tres primeros discos es innegable, debe contemplarse como una evolución en todos los niveles.
En común sí que comparte, en cambio, la paradoja Oldfield: esa complejidad accesible que transmiten sus primeros discos. Con Incantations Mike Oldfield se arriesgó reinventándose a sí mismo desde el positivismo y la claridad. Mientras que en sus anteriores trabajos el claroscuro emocional lo impregnaba todo, Incantations es colorido y luminoso. La amalgama estilística alcanza su máxima expresión, con pasajes de teclados emitiendo escalas minimalistas ascendentes y descendentes, coros que rescatan textos clásicos anglosajones, ritmos y percusiones de la tradición folclórica británica... aderezados con las melodías y la guitarra de un Mike Oldfield rebosante de creatividad. Incantations se desarrolla con una naturalidad pasmosa. No hay lugar para los barroquismos y sí en cambio para la belleza de lo sutil, el deleite de la contemplación sonora. Uno puede evadirse y dejarse llevar por su delicadeza sin llegar a abrumarse.
Uno de los grandes méritos del disco es la aproximación orgánica que logra mediante los sonidos sintéticos. Combina a la perfección la fría secuenciación analógica con unos arreglos clásicos magistrales pone de manifiesto sus dotes cinematográficas. La música de Mike Oldfield deja de ser exclusivamente una manifestación de su interior, sino que busca también producir sensaciones en el oyente.
Con todo, el Oldfield más visceral ha sido el que ha quedado en la memoria de sus seguidores y a pesar de la explosión artística que supone la Parte 1, quizá sea la Parte 2 la que contenga algunos de los momentos más celebrados. Por un lado, la tenemos las primeras palabras en una composición larga de Oldfield, su particular homenaje a Diana, la diosa romana de la Luna, un guiño al tema que cerrará el disco. Por otro, la simpleza de la musicación de la Canción de Hiawatha: los versos del poema de H. W. Longfellow se recita con una melodía en bucle en la que yace un poso minimalista cubierto de la belleza celestial de la voz de Maddy Prior, el acompañamiento de una percusión telúrica, secuencias infinitas y la leve presencia de una guitarra que cohesiona la armonía del conjunto.
La inconfundible guitarra eléctrica de Mike Oldfield cobra todo el protagonismo en una Parte 3 que condensa dosis de lo que en los años sucesivos desarrollaría, desde Platinum hasta Islands e incluso Amarok o Tubular Bells 3. Oldfield se expresa a través de las distorsiones de su guitarra y notas sostenidas, cargando cada vez de mayor sentimiento bucle tras bucle. Ésta sería quizá la parte de las cuatro que más juego daría luego en directo, tanto para el lucimiento de Mike en las cuerdas, como para el conjunto de músicos. Repite el patrón de sus obras anteriores, si contemplamos esta tercera parte como si fuera el inicio de una segunda parte en caso de que la obra se dividiera en dos: es en los inicios de las segundas partes de Tubular Bells, Hergest Ridge y Ommadawn donde Mike transmite mayor emotividad y carga emocional. A la vez, encontramos la dualidad cósmica con la que el propio Oldfield impregna sus momentos más sentidos: ese contrapunto de sensaciones, la luz y las tinieblas en las que cierra esta Parte 3.
La cara-b del segundo disco marca la síntesis estilística de Incantations. Tras una introducción de una belleza sin igual se da paso a la cascada rítmica del vibráfono de Pierre Moerlen, un pasaje magistral que podría haber firmado el mismo Philip Glass en el que la delicada percusión cobra todo el protagonismo y fórmula que el propio Moerlen rescataría para el tema Emotions de su formación Gong. La parte central recoge dos de los solos más emblemáticos del disco y quizá de la carrera de Oldfield sobre una base rítmica en la línea de la mejor percusión de Ommadawn. Y como colofón, la apabullante adaptación de la Oda a Cynthia del poeta Ben Johnson con el que Mike Oldfield rinde culto a la Luna y se ratifica como un auténtico druida musical.